Volver a Vivir... a 21 años del hecho, recordamos la historia de Corchito Chocobar

Hoy traemos al presente una historia digna de recordar. Pastor Chocobar, “Corchito” hace 21 años se extravió en el Campo de los Pozuelos pasando las horas más difíciles de su vida, hoy a través de vallecalchaqui.com vuelve a recordarlo.

Made in Calchaquí10 de julio de 2014 Redacción

Cuando alguien salva su vida tras un accidente o situación de riesgo la expresión “volvió a nacer” inmediatamente viene a la memoria. Hoy traemos una historia en la que cambiamos esa acepción por un “Volver a vivir, pues recordamos un momento especial en la vida de don Pastor Chocobar, “Corchito”, quien hace 21 años se extravió en el Campo de los Pozuelos pasando las horas más difíciles de su vida.

Lo titulamos Volver a vivir… pues a partir de ese momento, cambió su historia, su manera de ver la vida. Hoy recordaremos la historia de quien pudo sobrevivir y estar hoy para contarnos su experiencia, luego de estar al borde de la muerte.

Mitología religiosa o una realidad que pocos lo pueden experimentar, él asegura que le llegó la energía, vibra, o como cada uno quiera llamarlo, de toda una comunidad y que eso le dio la fuerza necesaria para no bajar los brazos.

Ya mucho se contó de “Corchito”, hasta se filmó un documental, su historia se reflejó en los grandes medios, se construyeron historias alrededor de su impactante experiencia. Lo cierto es que un 10 de julio, pero de 1993, “Corchito” fue con 6 amigos a cazar quirquinchos, era un domingo frío, hacia la tarde de ese mismo día, no lograron volverse a reunir en el punto de encuentro. Siempre iban al Campo de los Pozuelos, pero ese día iba a ser diferente porque no pudo orientarse y divagó por más de 48 hs. sin comer ni beber, atormentado por la soledad del campo y el frío de un crudo invierno.

“Corchito” tenía 46 años en ese momento. Recuerda cómo pasó esos días en medio de la nada, pero abundado de temor y esperanzas, vestido solo con un pantalón y camisa de grafa, una camiseta blanca un buzo de llama y unas zapatillas. Así tuvo que soportar los 22º bajo cero de esas noches, según se registros meteorológicos de la época.

La metodología de caza era la misma, separarse en dos grupos, dirigirse hacia un lugar y si no encontraban nada, volver al punto de partida. Ya repuntando la tarde, a las 18 hs. aproximadamente, su compañero de caza le ofreció coca de coquear, tomándola en sus manos se puso en posición de cuclillas para llevarse unas hojas a la boca mientras su amigo seguía camino.

Él debía dirigirse hacia una hondonada para volver a la camioneta, pero al instante levantó la cabeza y no lo vio más a su compañero, intentó guiarse por donde le indicaron pero fue inútil… Ahí comenzó su penuria. En minutos cayó la noche, una densa neblina invadió el desértico paisaje que ni sus propias manos podía verse. Entonces comenzó a caminar desorientado, en busca de alguien pero no escuchaba los gritos ni los tiros que sus compañeros efectuaron.

Tampoco pudo ver los parpadeos de las luces y señales de humo con que intentaron atraerlo nuevamente al vehículo. Hoy con 67 años recuerda “Me agarró desesperación y empecé a caminar hacia donde suponía que había ido mi compañero pero lo encontraba” comenta tratando de ser preciso con sus palabras. Sus amigos lo buscaron hasta las 22 hs, pero por el intenso frío decidieron volverse hasta la localidad de Punta de Balasto desde donde llevaron ropa gruesa y colchas para cubrirse y continuar la búsqueda.

"Estaba muy oscuro, yo sentía que bufaban animales. La vegetación era alta y yo iba como tanteando. En un momento digo -acá debe haber animales bravos- entonces me puse en cuclillas y tomé una piedra en cada mano por las dudas me ataquen” remonta a su pasado, con la mirada perdida en quién sabe qué lugar.

“Esa noche yo he visto una luz que resplandecía. Me dirigía ahí pero como a los 100 metros se ha hecho roja. A mí me enseñaron mis antepasados que si alguna vez veía una luz como esa, me de vuelta, me persigne (hacer la señal de la cruz) y rece porque es una luz mala”, recuerda.

Esa noche la pasó caminando, favorecido por los efectos de la coca que tenía en la boca. Tras horas interminables finalmente llegó el día, pero para peor de males la neblina baja persistió durante la salida del sol. Intentó hacer fuego para calentarse pero nada ayudaba, “agarré unas piedras blancas que había y comencé a friccionarlas pero estaban húmedas. Tomé un palo y lo comencé hacer como yesquero para que se prenda fuego pero no” confiesa en una tarde ventosa, en su casa de la localidad de La Loma, en donde hoy pasa sus tarde cuidando cerdos y sembrando y cosechando para él.

Ya perturbado por la desesperación, durante el día siguió caminando, a su lado pasaban lado animales como perdices, quirquinchos, víboras, pero ya había dejado de importarle eso, lo único que quería encontrar era el camino. De tanto caminar, hacia el lunes por la tarde se supone que estuvo cerca de la localidad de Buey Muerto. Exhausto, deshidratado y si nada de alimentos ni líquidos tomó la drástica decisión de ingerir sus propios orines.

“Tomé un poquito pero vomité todo”, recuerda con dolor. El martes habiendo pasado ya más de 24 horas caminado, se resbaló en una hondonada y cayó como de dos metros de alto. Pensó que se había fracturado alguna parte del cuerpo, lloró de impotencia, pero la situación lo necesitaba fuerte. Consumido por la desesperación al ver que nuevamente se venía la noche hizo su mayor acto de desesperación.

“Busqué un recoveco en medio del médano y cabe mi tumba, me ayudé con un palo que me hacía de bastón. Me acosté, me enterré y dije aquí estoy Dios mío… y ahí pasé las de Caín. Me dolía todo el cuerpo y los pies sobresalían junto con mis manos que me ponía sobre mi corazón para darme calor…” recuerda Corchito, con sus palabras entrecortadas, tratando de reprimir esos instantes, pero le es imposible y sus ojos se humedecen de recuerdos.

La fe no lo abandonaba a pesar de estar al límite… y esa fe se hizo milagro cuando vio que la Virgen estaba a su lado. Así lo recuerda… “En lo que me estaba enterrando vi una imagen… una señora que brillaba, ya daba gracias yo, a Dios y la Virgen le decía que me den una mano, que no me lleve todavía, le decía que yo tengo un chanquito especial. Parece que ahí me quise dormitar, empezaba a tiritar, me agarraba como chuscho en todo el cuerpo. No veía la hora que amanezca”, así traía parte de su recuerdo vivo. Y a pesar de la temperatura logró sobrevivir. Al amanecer estaba tapado no solo de tierra sino también de nieve. “Así era el alto de nieve ¡Que nevada mi Dios! Vi la nieve y me metí un poco en la boca para que desarme. Esperaba un rato para que se caliente y lo tragaba como agua… hasta que me desenterré, me quise parar y no podía me caí, intenté de nuevo pero me volví a caer. A mí mismo me convencía que era el cansancio; no sabía que ya estaba congelado. Los pies, las manos se empezaron a hinchar. Los dedos los tenía así (enseña que no los podía cerrar) que no podía hacer nada ¿Qué pasa que se endureció todo? No podía mover nada. Las zapatillas hinchadas, los cordones se reventaron. No sabía que me había congelado. Ahí se me vino todo abajo” recuerda presuroso de borrar aquellos instantes.

Arrastrándose, como pudo llegó a un lugar que eligió para hacer lo mismo que la noche anterior, pero esta vez convencido que no soportaría más. “Ya había cavado un pozo, como un indio me iba a enterrar en cuclillas y morir, ero alguien me decía que no, usted no se entregue… siga. Dicen que aquí en Santa María rezaba mucho la gente, hacía cadena de oraciones y parece que eso me daba fuerzas para seguir peleando” confiesa. Ya el martes al medio día volvió a abrir los sentidos de la vida. Aviones, escuadrones de rescatistas, baqueanos y todo un pueblo recorrían los montículos de Campo de los Pozuelos.

“Me acuerdo que sentí ese ruidito y había sido un avión. El aviador se enteró que era Corchito y se vino de Catamarca a buscarme” dijo. Por casualidades del destino, fue un lugareño, un menor montado en su caballo negro quien lo encontró prácticamente desfigurado. “Corchito” Le imploró que no lo dejara ahí y que lo salvara. En un principio el entonces niño dudó, pero accedió a ellos para poder hoy contar la historia.

“Sentí ruido humano y quería estar vivo”. Hoy, a 21 años del hecho, Corchito rescata dos cosas importantes en la vida, la fe en Dios y que ese Dios sea la guía y enseñanza de cada ser. Su reflexión de cómo lograrlo fue, “Hacer siempre el bien y no el mal. Lamentablemente el ser humano tiene las dos cosas, pero muchas veces elige el mal y no el bien. Pero es Dios el que hace las cosas, hay que tener un poquito de conciencia y obrar bien, así vamos a estar bien todos”.

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